Un día más aprovechando nuestros magníficos paisajes y excepcional clima para disfrutar de una caminata nudista al aire libre. Salimos del barrio de El Socorro, en Güimar, dónde pudimos ver el lugar en que, según las crónicas, la Virgen de candelaria se apareció a los guanches en 1390. También visitamos la la Ermita en la que se venera la imagen de la Virgen del Socorro que es la advocación a la que está dedicada.
Continuando nuestros pasos por la costa nos internamos en el Malpaís y a medida que nos adentramos el paisaje va cambiando haciéndose más agreste, aflorando los suelos negros, escarpados, rotos y de aristas duras y cortantes, recordándonos el pasado volcánico de nuestra isla con realista crudeza.
El malpaís nos impresiona, nuestra filosofía de vida se siente particularmente conmovida en estos parajes desnudos donde la mano del hombre apenas ha podido dejar huella y en el que se conjugan el mar, el viento y la tierra reflejando que un día el fuego estuvo también presente modelando y dejando su huella.
Seguimos andando haciendo recuento de las singularidades de este paraje, de su condición de Reserva Natural Especial y de los elementos que lo hacen merecedor de protección.
Encontramos ejemplares de la Tabaiba dulce y de la Tabaiba amarga, espectaculares agregados de Cardón recrecidos y señoriales que desafían al viento y al tiempo. A medida que nos acercamos a las Morras del Corcho, al pié de la Montaña Grande, aparecen restos de antiguos bancales que demuestran que los antepasados tuvieron la valentía de enfrentarse a este agreste paisaje con intención de dominarle y arrancarle siquiera unos pocos frutos.
De vuelta a la linea de costa los niños, como no puede ser de otra manera, son el único bullicio capaz de apagar el silbar del viento y el romper de las olas en las rocas, sus risas, sus gritos nos recuerdan que en realidad estamos a unos pocos kilómetros de casa y no en un desierto remoto como podría parecer mirando alrededor.
La llegada al pequeño charco natural en el que nos bañamos y refrescamos es un paréntesis singular, aprovechamos para comer y descansar los pies que se han visto castigados por las irregularidades del suelo.
La continuación del camino nos hace cruzarnos con algunos pescadores para los cuales nuestra desnudez será, probablemente, más importante que su pesca a la hora de comentar la jornada.
La excursión finaliza en el Puertito de Güimar donde damos cuenta de una cantidad no despreciable de cervezas para recuperar el líquido y la fineza de las gargantas que el polvo y la sequedad del camino nos habían hecho perder.